¿QUE CUENTO TE CUENTAS PARA TENER LA VIDA QUE TIENES?

 

Mientras hoy desayuno con el Papa Luna, a Kartika le entra la mañana por su derecha. Por ese lado que parece nuestra izquierda.

La vida aclara su cabello de noche cerrada, casi quemado por la apatía asueñada del mundo.

Preciosa, de piel oscura y manos trabajadoras, de ojos perfectos, de aros de plata, de nariz cansada, de mirada descerrajada y de labios que velan, sigue esperando en la cola de la historia.

Mantiene el equilibrio un amanecer más con sus malabarismos de adulta: maneja la bola del fuego cocinero, la pelota de la colada, el cubo de agua y el cilindro de la limosna mientras se afana en prescindir de su dolor de piernitas. Y lo hace con una maestría inaudita.

Yo la observaba cada mañana. Cada mediodía. Cada atardecer de llamas de aceite. Trataba de que tuviera cuatro manos y a ser posible una opción. Y resulta que es ella quien me agrandó con su belleza, su dignidad, su quietud, su alegría infinita y su perfume de amor nostálgico pero firmemente confiado.

Kartika se sostiene con sus puños apretados: ¿qué otra cosa podría hacer una niña de ocho años que no puede jugar sino a ser su propio contrapeso en la cuerda de la supervivencia?

Por las noches se esconde en su vestido de colores, olores y cuentas brillantes para resguardarse del frío cortante y avivador del Himalaya y me mira.

Kartika me mira con su gesto de ángel, con sus pupilas de espejo.

Tiene ganas de dejar de ser su madre, su abuela y sus cuatro hermanos.

Tiene ganas de que el sol le dé de cara.

Mc Leod Ganj, India, Octubre de 2003

 

Probablemente, Kartika, que ahora tiene diecinueve años, aprendió que la Vida es dura, que hay que trabajar mucho y que jugar es algo reservado a las mañanas de domingo cuando el biryani ya está cocinado. Sería extraño que ella creciera pensando -de manera espontánea- que esta aventura puede ser hermosa y confortable; aunque no imposible, claro.

Tal vez hoy la Vida le esté contando otros cuentos que hablen de días soleados, de horas de asueto sin ropa que tender, de mamás que se curan, de novios que se besan, de rodillas que la abuela masajea con aceites de neem y de hermanos que se ríen más alto y más rato.

Anoche me acordé de ella cuando escribía sobre las historias que nos contamos sobre la realidad. Qué si hay que ir con cuatro ojos, qué los ricos roban, que nadie se fijará en ti, que hay que sacrificarse por aquellos a los que amas, que la Vida no es una fiesta, que los artistas son solitarios e infelices y un largo etc.

La Vida nos contó muchos cuentos. De pequeños no teníamos mucho margen de maniobra para interpretarlos y transformarlos, pero ahora sí.

Hubo un tiempo en que no sabíamos leer las historias que la Vida nos contaba, así que simplemente las escuchábamos a pelo y como éramos más esponja que armadura, se colaron entre nuestros poros hasta llegar a nuestras células. Y allí se alojaron, conformándonos, creándonos.

Algunas historias se hospedan decorando con gusto nuestras entrañas, pero otras no sólo desconchan sus paredes sino que no pagan su tarifa de pensión completa. La pagas tú.

Dice Jung que aquello que no revisamos dentro de nosotros, lo que no hacemos consciente, se manifiesta en nuestra Vida como destino.

Desaprender lo que ha sido prudentemente aprendido una y otra vez, tal vez generación tras generación, no es una aventura de las que discurren por suelo llano.

¿Cómo desafiar entonces los argumentos tan bien repetidos y así esculpidos?

Uno puede conversar sin duda con ese encargado de los efectos secundarios que habita en nuestros camerinos, darle unas vacaciones y aprovechar su ausencia para colarse en la sala de máquinas. Y orientando los focos hacia esas viejas cintas almacenadas, y con manos de artesano, tijeras, papeles y lápices de madera, despedirse de algunos guiones e hilvanar nuevas colecciones, menos neuróticas y más inspiradoras.

 

Si tu vida fuera un cuento: ¿qué te gustaría que te contara?