VIVA EL AMOR CONDICIONAL

Imagen de Charlie Foster

Lo voy a hacer otra vez.  No puedo evitarlo:

El amor incondicional es una idea brillante, un faro colosal, algo que sucede entre padres e hijos,  algo que emana de la mano abierta de Dios y… ya está.

En un nivel muy elevado de nosotros tenemos destellos de ese amor sin cláusulas y en esa mañana fresca de domingo, tras una noche de sensualidad perezosa, podemos sentirlo tan real como el sol que asoma. En ese momento seríamos capaces de amarlo todo, de perdonarlo todo, de borrar todas nuestras culpas.

Desayunamos en la terraza y la Vida nos parece entonces un universo de posibilidades infinito, encantador y complaciente hasta el segundo bocado de la tostada, cuando te das cuenta de que tu chico no ha limpiado los cristales.

Se acabó el amor incondicional: ¿cómo va a funcionar lo nuestro si no cumples tu parte? – le dices.

¿Te suena?

Y es que el amor tiene condiciones. Benditas condiciones que nos permiten poder estar en una relación sin engañarnos. O engañarnos menos.

¿Para qué negarlo?

Nos encantaría que funcionara el amor incondicional en las relaciones: quererte a pesar de todo, sobre todo, por encima y por debajo. Que nada tuyo me hiera. Que nada mío te turbe.

Pero amar lo abstracto es amar una dimensión poética que, aunque necesaria e inevitable a ratos, poco tiene que ver con esta mañana de martes.

Nos enamoramos de la idea del amor porque es sencillo amar una idea. El problema surge en la palabra, el tono, en esa mirada desconfiada, en tus pantalones sin planchar y mi ausencia sin anunciar. Por eso el amor de pareja tiene condiciones.

La Vida, y por ende las relaciones, son una danza. Un baile de equilibrios circular donde dar y recibir se juntan al final de cada compás. Y esa danza será más armoniosa cuando yo sepa lo que esperas de mi y cuando te cuente lo que deseo en la relación. Entonces, sin nublarnos por el deseo, podemos mirarnos honestamente y decidir si nuestras manos, extensiones del corazón, están dispuestas y disponibles para pactar el trato. Un trato que no es veredicto intocable de futuro.

Ama entonces el instante, no porque está yéndose para no volver sino porque ha de regresar infinitas veces para mostrarte como la relación se prolonga con tus límites, que no son limitaciones, y mis cláusulas, que no son jaulas.

 

Para mostrarme que pocas veces se vive tan auténticamente como amando lo poroso sin querer otra cosa.