LA VERDAD DESPEINA

Puedes mirar a izquierda y a derecha. Arriba y abajo. Incluso en diagonal.

Se te ocurre que es hora de comprar esas gafas de sol que tanto te mereces o de ordenar el armario.

Pero no hay modo de hacerla desaparecer.

Uno siempre conoce la Verdad. Esa otra Verdad. La que está escondida tras las cortinas, tras una sonrisa a medias y entre ese pañuelo empapado de lamentos salados. Esa verdad que late en cada instante de la Vida pero que, sólo en el más inesperado, es capaz de hacer estallar con una fuerza inexorable lo que el frágil y temeroso orden humano pretenden ocultar.

A veces, tu Verdad remueve tus tierras o las mías. Otras, la mía abre tus océanos y los propios. Y, si no tenemos miedo del vendaval, acabaremos encontrando algún tesoro.

No significa eso que mi Verdad te salve. Ninguno somos salvadores. Todos estamos siendo salvados única y continuamente.

No hace falta que la cuentes. La Verdad se expresa en los detalles, especialmente en tu movimiento. La cadencia de tu andar, el destello de tus ojos entreabiertos, la palma de tu mano sobre otra palma. El modo en que llenas la copa y la música que activas con tu dedo. Como la que estoy haciendo sonar en este preciso instante… pulsa aquí para escucharla.

La Vida humana tiene una veracidad que no tienen las palabras. Afortunadamente. Somos dichosos hasta en eso.

¿Sabes ya de qué Verdad te hablo?

De esa que, como el viento, abre las ventanas con su fuerza, porque lo único que puede hacer es llenar el espacio de su esencia. De esa que te deja en calma. De esa que en tu barriga dice sí cuando tu cabeza dice no. Y viceversa. De esa que se te sale por la oreja cuando callas tu boca con un trozo de queso. De esa con la que sueñas. De esa que tu corazón anhela. De esa que te confirma.

Y no es relevante si llenas la verdad de pequeñas falacias, si miras al Sol para cegar su evidencia o, en cambio, dejas que el silencio te confiese y eres transparente como el cristal; porque al final tu Vida lo mostrará todo. Los muebles de tu salón, la comida en tu despensa, los cajones del armario de tu habitación, los libros que descansan en el estante, las flores y los ecos de las palabras flotando en el pasillo responderán a las preguntas que a veces no quieres responder.

No importa con qué argumentos haya tratado de defenderme, los últimos días del año ya caducado y los comienzos del nuevo han sido oxigenados por el ímpetu de algunas ventoleras que parecen no haber encontrado resistencia en mis ventanas.

Aun cuando podamos presumir de ser inteligentes y haber acumulado algunas experiencias, se puede hacer muy poco contra esa rebelión infantil del cuerpo, contra la naturaleza propia de cada uno. Al mismo tiempo, esa verdad caprichosa que late en el corazón y la barriga tiene un poder infinito: mantener la dignidad y el amor propio por uno mismo y los demás.

Aunque moleste, sólo hay algo más doloroso que el propio dolor: aniquilar el amor propio y la dignidad humana.

Y de eso saben mucho los secretos y los cobertizos, pues acaban con el contenido más sagrado y delicado de nuestra aventura.

Por eso empiezo el año haciendo una profunda reverencia a la fuerza que hace saltar por los aires toda la paja meticulosamente almacenada.

 

Feliz Año preciosa lectora. Precioso lector.